lunes, 26 de julio de 2010

HISTORIAS DE VIDA: HORACIO ELENA

Horacio Elena vive desde hace años en Sitges, ciudad que en un momento se vio llena de argentinos con pinceles y plumas en las manos. Su obra es amplia, y abarca desde la ilustración de libros para editoriales hasta la escultura. Las fotos son de Ramiro Elena, uno de sus hijos españoles. Abusando de su amabilidad, Aquí. punto de encuentro argentino le hizo esta entrevista.

AQUIPEA-Usted es bonaerense, como las cotorras que se han adueñado de Barcelona y pronto de toda Cataluña. Allá lejos y hace tiempo, era parte del “Grupo Sí”, tal vez el grupo de creadores más interesante que dio la ciudad de La Plata en los 60. ¿Por qué cambió la paleta por las maletas? ¿Qué año corría y cuál era el horizonte hacia el que partía?
HORACIO ELENA-Las cotorras me visitan a diario y pese al “follón” que producen, no puedo dejar de recordar los loros de Inodoro Pereyra y las acepto con simpatía. En realidad nunca cambié la paleta por las maletas, me la llevé junto con mis pinceles y creo que eso me salvó de varias situaciones difíciles. La primera vez que salí de Argentina fue en 1963, tenía 22 añitos y como la línea del horizonte a esas edades no existe, la idea era viajar, conocer gente y lugares. Fue un viaje de poco mas de dos años a través de casi todo Brasil y Perú, a donde llegamos remontando el Amazonas. En Brasil nos pilló el golpe contra Joan Goulart, expuse en Bahía (donde vivimos la mayor parte del tiempo) y Manaus. Aún conservo amigos de aquellos años. Años muy decisivos en mi vida.

-Artista plástico, dibujante, escultor e ilustrador, para citar sólo una parte de su vinculación con el arte, también tuvo un tiempo de “vaga mundos”. ¿Recuerda cuando en Perú salía a pescar sardinas? Duro el oficio de pescador ¿no?
-Más que duro, durísimo. Cuando llegué a Lima no me quedó más remedio que salir a pescar. Embarcaciones de 11 tripulantes, sin radio, radar ni mecánico. Quedarse varado en alta mar, como nos pasó una vez, era en aquella época, palabras mayores. Te jugabas la vida a diario y lo peor es que era solo por el sustento.

-Dicen que viajar enseña. De todo lo que enseña ¿qué fue lo que aprendió para no olvidar?
-Aprender a respetar los países y sus gentes adonde uno se radica.
Guardar la maleta de los recuerdos en el ropero porque sino no es posible integrarse plenamente. Y sobre todo, ser agradecido. Saber reconocer y agradecer las puertas y corazones que se te han abierto a lo largo de todos estos años de convivencia. Y también, saber retribuirlo.

-Todos los caminos conducen a Roma, pero tal parece que su Roma estaba en Sitges. ¿Qué lo trajo a España? ¿Qué lo ató a Sitges?
-A España me trajo una exposición y una beca en el Museo del Prado. Aunque en realidad esa fue la excusa, mucho tiempo antes ya estaban las ganas de visitar Europa. Una noche de agosto, cuando me disponía a brindar con cava por mi cumpleaños en una furgoneta en la que vivíamos, comenzaron los fuegos artificiales celebrando la “Festa Major” de Sitges. En ese momento comprendí que este era mi pueblo y que había llegado la hora de echar raíces.

-Hablando de cosas serias: Usted vivió el franquismo aquí y una sucesión de dictadores allá, en simultánea. ¿Pensaba, como Discépolo, que el mundo sería una porquería en el 2000 también?
-Me considero un hombre con suerte. Supe elegir a mi compañera. Me fui de Argentina en el 69, no tuve que salir ni por “pelas” ni por “piernas”. Fue una decisión totalmente libre y por lo tanto, sana. Esto no creó motivos de resentimiento ni de nostalgias, y creo que es por estas razones que me ha sido fácil integrarme en esta tierra. Respecto a Discépolo, para mi el 2000 siempre fue cosa de Julio Verne, representaba el “futuro” y estar hoy en el 2010, a veces, me cuesta creerlo. Siempre creí que el mundo era perfectible, creí en el comunismo, luego en el socialismo en España… pero me niego, aun hoy, a pensar que el mundo es una porquería. Todos esos granitos de arena que fueron mis libros y mis obras, fueron creadas, conciente o inconscientemente con esa intención. Negar la posibilidad de una mejora sería, de alguna manera negar la obra que he hecho y por lo tanto a mi mismo.

-¿Alguna vez se dijo, cuando las cosas no salían, que el Río de la Plata y las barrosas aguas de Berisso eran más lindas que el Mediterráneo?
-(Ríe) ¡Nunca! Cada vez que abro las puertas de mi balcón y miro el mar no puedo menos que emocionarme, pese a llevar ya 33 años haciéndolo cada día.

-Javier Villafañe, maestro de titiriteros, narraba que el Ángel de la Guarda de los titiriteros era el más vago y atorrante del Paraíso. Parece que la “atorrancia” y cierto espíritu infantil incurable son propios del oficio. ¿Cómo es el ángel de los que ilustran libros para niños? ¿Tiene el corazón dulce y coloreado como un pirulí?
-He tenido el honor de conocer a Javier y de tomar no pocos vinos con él en la época del Grupo Sí. Me apena a veces no creer ni en dioses ni ángeles pues me gusta esta imagen de “corazón dulce y coloreado como un pirulí”. Si, si tuviera un ángel de la guarda sería así, pero en lugar de alas llevaría dos brochas gigantes pegadas a la espalda.

-Para llegar a lo que sea hace falta talento, mucho trabajo y un empecinamiento de burro. ¿Un consejo para los jóvenes dibujantes que quieren ganarse el mundo con los “dibujitos”?
-Hoy día ganarse el día a día con la ilustración esta difícil. Cada vez hay mas ilustradores con lo que la competitividad sumada a la falta de trabajo y a la bajada de precios lo hacen así. No obstante, mantener la profesionalidad por encima de todo, ser honestos, respetar a los colegas y asociarse con el resto, creo que pueden ser las bases para un buen comienzo.

-Lalo Painceira escribió que usted y los de aquel mítico Grupo Sí, que sembró el mundo de artistas, podían decir como Anibal Tróilo: “¿cómo voy a volver al barrio, sin nunca me fuí?” ¿Extraña aquellos tiempos y parajes?
-Sí, de tanto en tanto me dan “ramalazos” y trato de volver cada año para caminar las calles de La Plata como solía hacerlo en compañía de viejos amigos. Muchos ya no están pero por suerte con otros cuando me los encuentro sucede como con aquella frase: “decíamos ayer…”

-Confiese su manera secreta de ser argentino. ¿Toma mate solo y le cuenta sus penas? ¿Se pierde por meter la cuchara en el tarro del dulce de leche? ¿Escucha radios de Argentina? ¿Cuando lo atacan los tigres de la “malaria” se acuerda la letra de algún tango?
-De tanto en tanto tomo mate, pero no más que té. El dulce de leche desde que el tarro dejó de ser de cartón y es de cristal, ya no es lo mismo. En cuanto a las radios argentinas, después de 40 años de estar ausente, cuesta saber de quien están hablando, seguir sus historias… Me gusta escuchar tangos, me emociono cuando escucho Toda Mi Vida de Troilo/Contursi o cualquiera de Piazzolla, pero mis tigres están en el zoo, bien encerraditos.

Para saber más sobre Horacio Elena pinche aquí, y también aquí.


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